
Y sin más que objetar, con el ego destrozado y la sonrisa obligada, dije “muchas gracias” y abandoné el lugar. Aquel que, en un abrir y cerrar de puerta, se había transformado en un persecutorio cementerio de fantasías. El cúmulo de sentimientos e ideas empezó a recorrer todo mi cuerpo con su dedo frío, hasta llegar a mis pies, que ya iban lentos. De repente detuvieron sus pasos, y sentada en un portal cercano (o tal vez era una acera), con la “v” en la frente, en esta ocasión, de vencida, se escapó un lagrimón, o dos. Y así después de un largo suspiro, la huella nuevamente marcada en el ser de saberse leve, seguí…me esperaban para comer.